Acostumbrándonos a crecer 5% anual

CARLOS PARODI (economista, profesor principal del Departamento de Economía de la Universidad del Pacífico )
No cabe duda que el período de crecimiento fuerte de la economía peruana ocurrido entre 2003 y 2012 se debió a dos factores: por un lado, la disciplina monetaria y fiscal y por otro, el impulso externo, derivado de una coyuntura externa excepcional, caracterizada por altos precios de los productos mineros de exportación y el acceso a financiamiento externo barato.  Hoy se habla de una desaceleración, que significa que el mundo crece más lento. Lo que ha ocurrido es que de los dos factores mencionados, se mantiene el primero, pero cambió el segundo. En términos prácticos, significa que la demanda externa por productos hechos en el Perú ha disminuido debido a dos razones: la menor demanda de China y la ausencia de una salida sostenible a la crisis de Estados Unidos y la Eurozona. El resultado es incertidumbre y en ese contexto cae la inversión, base del crecimiento. El mundo se está “encogiendo”. 
Nadie sabe cuánto tiempo más durará el entorno externo desfavorable. Recuerde el lector que las exportaciones tradicionales se orientan a Asia, mientras que las no tradicionales, como productos agroindustriales, textiles, joyería y calzado, entre otros, se dirigen hacia Estados Unidos y la eurozona. Si las tres zonas se están desacelerando, es lógico pensar que la economía peruana seguirá la misma trayectoria, pues se “achican” los mercados externos.
La evolución de la economía mundial es cíclica; lo difícil es saber cuándo pasaremos de la fase de caída a una de aceleración. Mientras tanto, me parece que debemos acostumbrarnos a crecer menos comparado con lo ocurrido en el período 2006-2008, probablemente en torno de 5%. El lector puede corroborar que en ese trienio los precios internacionales de los minerales fueron los más altos de la década.
¿Qué implicancia tiene crecer 5% en lugar de 8%? Pues es similar a un automóvil que va en una autopista a 100 kilómetros por hora y ahora lo hará a 80. No es malo. Sería perjudicial si se obliga al automóvil a avanzar a 100 cuando solo puede ir a 80. Por lo tanto, lo primero que debemos hacer es aceptar la menor velocidad de la economía mundial y no tratar de “forzar la máquina” pues podemos malograrla. Forzar la máquina tiene riesgos. Por ejemplo, ¿de qué sirve inyectar liquidez o aumentar el crédito si la economía ya no crece a la velocidad anterior? Solo creará mayores vulnerabilidades.
Lo que pasa en el fondo es que “los buenos tiempos son malos para aprender”. La sensación de complacencia y optimismo cuando “todo va bien” impide notar los riesgos que están “debajo de la alfombra”. Sobreendeudamiento, brecha externa (importaciones mayores que exportaciones), disminución del superávit fiscal (ingresos mayores que gastos) son solo algunas de las vulnerabilidades que afloran en los “tiempos malos”. Veamos. ¿Para qué mantener un boom crediticio si el mercado externo está comprimido? En el caso de las cuentas externas, está claro que las importaciones siguen creciendo, mientras que las exportaciones bajan. 
El boom crediticio está comprando importaciones, aumentando la brecha externa. Por el lado fiscal, los ingresos fiscales, básicamente tributarios, caen porque la economía crece menos (existe una relación directa entre crecimiento y recaudación tributaria), mientras que los gastos no bajan. El problema es que los desequilibrios pueden crecer si la economía mundial no se recupera rápido. Recuerden que los economistas no tenemos capacidad de predicción precisa, pero sí vemos tendencias. Aceptar la desaceleración es la clave, pues pronto vendrán nuevamente buenos tiempos en el entorno externo.  Lo que no sabemos es cuándo.

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